Yo solía referirme al gran escritor campechano como Juan el de los purpúreos pies. ¡Ya ni me acuerdo por qué!
Un día fui testigo EN UN HOTEL CÉNTRICO DE MÉRIDA, YUCATÁN, de la entrevista que le hizo una bella chica universitaria de nacionalñidad norteameriocana.
Cuando terminó el trabajo de investigación me dijo: — Me casaría con él. Es encantador y bello.
Juan tenía más de setenta años y siempre reía y tenía una amplia sonrisa a flor de labios que mostrabana los blanquísimos y bien alineados dientes. La desmpanante universitaria no tenía más de 22 años.
Pues esto dijo Juanito de JORGE DENEGRE VAUGHT PEÑA:
Conocí a Jorge Denegre en el Carmen. Luego me lo encontré en la calle de Colombia en el mero centro de México, cerca de Tepito. Visitaba yo a un tío y éste, Juan Girón de la Cabada, le rentaba un cuarto de esa vieja casona colonial. Jorge acababa de llegar de Campeche como dicen con una mano adelante y otra atrás, mientras Julia, su mujer, tenía a su hijo primogénito en los brazos.
Denegre había sido un joven empresario--¡muchahcito de 16 años que tuvo el infortunio de llevar a un peleador de apellido Taylor, quien quedó ciego tras el maldito combate; un torero,  Freg, que se ahogó en el Carmen y tuvo que devolver las entradas!— quiería hacer funciones importantes de box, de toros y sostenía un periódico que lo mismo dirigía que escribía artículos incendiarios en contra del déspota lugareño. También la hacía de jefe de publicidad y se acercaba a cuanto empresario, tendero o ricachón había para anunciarlo y así  pagar a sus reporteros, impresores,el  papel, en fin, muchas maquinarias y  gente  que dependían del Semanario Iris
Esa fue la causa, creo, de que el presidente municipal –al que llamaban Pica Pica–le hiciera imposible la vida: prohibía la función de box o la corrida de toros, con cualquier pretexto y obligó a los conmerciantes a no dar publicidad al periódico.
Así es que el reyezuelo lo obligó a quebrar y Jorge–que siempre ha sido muy honrado– para pagar sus deudas tuvo la pena de vender casas de su mamá y estando en bancarrota y casi en la inopia salió rumbo a la capital a buscar un modo de sostener a su pequeña familia.
De modo, verás,  que cuando me topé con él,  mi tío me dijo que se las veía duras y que le debía todas las rentas desde su llegada.  Jorge no se cómo empezó a comprar libros. Los leía y luego se lo vendía a algún amigo. Y como buen campechano tenía muchos camaradas y se conquistaba su simpatía.  Así es que le compraban porque él les daba un resumen del contenido de la obra y ponderaba el estilo del autor, el tema importante que abordaba y el  buen estado en que estaba el volumen, casi nuevo, y otros atributos que hacían al libro apetecible.
Al poco tiempo me lo encontré otra vez en el patio central del edificio de la Secretaría de Educación Pública. Allí le había autorizado el Secretario Gual Vidal–otro campechano culto– a poner un tendido en un rincón, donde acomodaba los libros. Se acercaban a él poetas, escritores, novelistas, personajes egregios y desde Ocatavio Paz, Luis Cabrera, Avilés  hasta Mauricio y Vicente Magdaleno; por supuesto llegaba, también,  el político y escritor de tremendos combates José Vasconcelos Calderón, quien autografiaba su libro Ulises Criollo, allí, en el puesto de Jorgito; el propio pintor Diego Rivera que estaba colgado de una tabla frente a uno de sus murales, pistola en el cinturón, y le compraban sus libros de manera que casi terminaba con el tendido antes de que atardeciera y el portero le conminara a salir del recinto.
Más tarde lo visité en su famosa Librería Tagore. Estaba frente a los Porrúa y otros reconocidos  y ricos libreros. Se había hecho amigo de todos y le daban libros con descuento especial para que los vendiera a mejor precio en su negocio. En esa librería me encontré siempre con gente famosa, escritores de moda y muy vendidos  como Azuela, Blas Urrea, Agustín Yañez  y otros artistas que visitaban a Jorge para platicar más que para comprarle libros. Los atendía el hombre más bueno que he conocido, el célebre Tío Maco, hermano de Doña Helena, su mamá.
El hombre más bueno, el Tío Maco

Jorge estudiaba la carrera de Derecho en la Escuela de Jurisprudencia, a dos esquinas de la Tagore y se hizo famoso porque en todas las materias sacaba diez, estudiando por las noches en su pequeñoo apartamiento de las calles de Bolivia. Pero, sobretodo, se ingeniaba a seguir comprando libros raros que leía ávidamente y escribía en cuadernillos notas bibliográficas que luego recitaba a sus opultentos compradores, secretarios de Estado o funcionarios de alto nivel, a los que esperaba humildemente en sus antesalas, mientras leía alguno de los libros que le llevaba.
Una vez, cuando se estaba filmando MARÍA LA VOZ, basada en mi novela, fui a ver a Jorge y me invitó a ir con él a ver a María la de la grave voz, la gran María Félix que se acababa de casar con Jorge Negrete. Jorge Denegre le estaba vendiendo una biblioteca especializada en temas principales de la Historia de México.
Quíteme lo burra, don Jorge, dice que le había dicho. Que en muchas partes le hablaban de la historia de nuestra tierra y que ella ignoraba esos pasajes. Pero, lo que yo oí fue que el charro cantor le dijo:
—Oye tocayo. Ya no le sugieras más títulos porque me estoy quedando arruinado por tantos gastos para llenar esta Hacienda de Coapa.
Sonrieron ambos y luego apareció feliz la Felix quien se puso muy atenta a escuchar qué significaba cada libro que le llevaba Jorge Denegre.
Poco  tiempo después lo vi convertirse en editor de obras trascendentes para los más importantes períodos históricos de la nación, consiguiendo la rara publicación–casi agotada, hasta del Siglo XVI.  y extraordinariamente valiosa para comprender esa etapa del devenir del país– pues había fundado la Editorial Academia Literaria, en 1955; ya tenía, para entonces,  una riquísima biblioteca que mostraba con sencillez a quienes lo visitaban en la colonia Nápoles, cerca el parque de la Lama. Para entonces ya había instalado a la familia en otra casa donde Julia le prohibía terminantemente llevar siquiera un libro. De vez en cuando organizaban una fiesta donde se comían platillos cmpechanos o yucatecos y se oía le música de nuestra tierra.
Jorge Denegre Vaught es un hombre cabal: sincero, honesto, muy trabajador y estudioso, empeñado en la tarea de reunir los libros más importantes de México, analizarlos meticulosamente para publicar su bibliografía, como aconteció con “Apuntes para una Bibliografía de Manuel Rivera Cambas” o sus “Notas sobre Guillermo Prieto” que son impresionantes por su número, erudición y el cuidado con que se han fichado. Por ahora sé que está preparandop obras monumentales sobre todo el Estado de Campeche y sobre la Piratería en el Golfo de México y en Acapulco.
JUAN2
Cuantas veces he recurrido a él para obtener algún libro no sólo me lo ha conseguido sino que me lo  ha obsequiado. En cada ocasión me he encontrado con personajes importantes de nuestra cultura tales como Millares Carlo que dirigía una colección de su editorial, Trabulse, Tovar y de Teresa, José Rogelio Álvarez, el Arq. Vicente Medel, el Arq. Cervantes, Pedro Ramírez Vázquez, Jacobo Zabludovsky y, en fin, hasta a Carlos Slim y otros empresarios interesados en la historia nuestra, he tenido el gusto de saludar allí.  Otro día me encontré con Luis Echeverría que fue su compañero en la facultad acompañado por el glorioso campeón de natación Tonatihu Gutiérrez, metido a historiador.
Sé que está reuniendo la biblioteca más importante de la literatura mexicana y allí he tenido que llevarle todos los libros que he publicado que no son muchos porque casi nunca me da por conservarlos o coleccionarlos. Creo qu él ya tiene más libros escritos por mí que los que conservo en la pequeña biblioteca de mi casa.
JUAN DE LA CABADAQ.