
Así las cosas, a veces coincidíamos casualmente en la Biblioteca de la casa de su padre y comentábamos, charlábamos y discutíamos sobre diversos aspectos de su vida o de la mía, de su profesión y actividades, de mis intereses intelectuales o de los suyos.

Aquellas cuartillas eran las primeras de lo que sería su obra, Yo, Lívingston.
Empezaron a surgir sus libros. Las características de ellos son renovadoras, tendrán que ir consolidando su personalidad de escritor.



Es esa mente la que les permite liberar prejuicios acumulados en siglos y la que drena sus emociones e intenciones.
El que lea los libros de Lívingston y después de ello piense que fue pervertido por el autor es un estúpido del alma. Quien pretenda situarse como juez del libro deberá reconocer que conoce, califica, valoriza y por tanto, es experto en todo lo que analiza la obra.

Lo contenido en Yo, Lívingston está basado en realidades, actitudes de todos los días, conversaciones que usan hombres, mujeres, científicos y obreros. Es lo folklórico de la existencia. Llamar a las cosas por su nombre, por el nombre que les da la mayoría de un grupo social no debe ser causa de tanta alharaca. Sólo se altera la paz del gallinero cuando es hora de tentar a las gallinas; o cuando una hoja cae sobre un polluelo que piensa que el cielo se le viene encima.

Académicos de la Lengua y hasta curas, saben de la pureza de muchas palabras sonoras que se usan en este libro.
Para construir lo nuevo es necesario destruir lo antiguo. Tal era la idea de un eminente mexicano. Quizá la forma que utiliza el autor no sea del agrado de muchos porque puede parecerles vulgar, obscena. Tal vez lo sea pero no es criminal sino sincera. Y en nuestro siglo la sinceridad no debe castigarse con el insulto.
La obra livingstoniana arroja un golpe de desafío a los tarados de la moral, los eunucos del corazón, los impotentes del alma, los pervertidos del pensamiento.

Que se escuchen sus gritos de desesperación ante el talento; que se arrojen al lodazal de la hipocresía y perezcan entre las miasmas de la mentira, farsa y el engaño. Que se constituyan en moderno tribunal inquisitorial y lo arrojen a la hoguera: de sus cenizas surgirá, como en la leyenda de los soles de Teotihuacán un nuevo astro, una nueva época literaria. El incendio purifica, destruye y transforma.

En muchos aspectos de la obra de mi amigo MANUEL AUGUSTO WALTER LÍVINGSTON, puedo no estar de acuerdo, pero respeto su derecho a decir sus verdades como quiera; admiro su dignidad de romper con las tradicionales barreras del prejuicio; reconozco su talento de escritor en serio. Por todo esto, estoy cierto de que comprenderá que es ejemplo de una parte de las nuevas generaciones que tienen que conformar su espíritu

Una vida no es sino un chasquido en el tiempo, un accidente en el instante de la eternidad. Por tanto, no debe arredrarnos ni el miedo al ridículo ni el temor al fracaso; ridículo es dejar de hacer, no intentar realizar lo que deseamos.

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